Capítulo 1 - El latido de la música
Desde que nació, Hanna llevaba la música en su interior. Siempre había oído decir que el sonido existía en todas partes, y le gustaba pensar que todo, desde el suave susurro del viento hasta el latido de su corazón, era parte de una gran sinfonía universal. Todo vibraba, todo sonaba, y Hanna sentía que esa vibración la conectaba con el universo.
Incluso antes de abrir los ojos al mundo, la pequeña ya había escuchado la música en los latidos del corazón de su madre, la armonía de los sonidos lejanos y el ritmo de la vida que la rodeaba desde afuera. El oído, su primer sentido, la conectaba con el mundo de una manera profunda, mucho antes de que pudiera ver.
A medida que crecía, la pequeña descubrió que la música no era solo un conjunto de notas y ritmos, sino una forma de arte especialmente poderosa que unía su mente, cuerpo, alma y espíritu. Cada vez que tocaba su guitarra o escuchaba una melodía, sentía que todos esos aspectos de sí misma se alineaban en su interior. La música le exigía concentración y una presencia total, especialmente cuando improvisaba con otros músicos. Sentía cómo todos ellos se sincronizaban en un mismo compás, respirando juntos y formando una única voz que flotaba en el aire.
Para Hanna, la música era mucho más que un pasatiempo; era su compañera de viaje. Aunque a veces olvidaba fechas importantes o los detalles exactos de eventos pasados, siempre podía recordar la canción que la había acompañado en esos momentos. Cada melodía era un ancla a un recuerdo, una vibración que la transportaba a ese instante, reviviendo las emociones como si fuera la primera vez.
Cuando era adolescente, Hanna se apasionaba por pintar y dibujar. Pasaba horas perdida en sus creaciones, y fue en esos momentos de experimentación cuando comenzó a descubrir la música que marcaría su vida. Su familia y amigos influyeron en su gusto musical, pero Hanna también hizo sus propios descubrimientos.
Un día sonó Jimi Hendrix y quedó fascinada por los acordes de su guitarra psicodélica venida de otra galaxia…
Así fue como encontró el rock, el blues, el reggae, el funk y a cantantes únicos que desafiaban las categorías establecidas.
Con el tiempo, Hanna se dio cuenta de que la música consciente se quedaba grabada en su memoria, especialmente en los momentos más impactantes de su vida. Un ejemplo claro de esto fue cuando, a los 23 años, Hanna sufrió un accidente de moto que la dejó fuera de juego durante un año entero.
La primera fase de su recuperación fue dolorosa y solitaria, llena de noches en vela y lágrimas de impotencia. Pero mientras su cuerpo se recuperaba lentamente, su alma buscaba refugio en la lectura y por encima de todo, en la música. Hubo momentos de culpa, de soledad, y luego, poco a poco, llegó la aceptación.
Hanna sabía que no podía cambiar lo que había pasado, pero podía aprender a vivir con ello. Y así, con tiempo y esfuerzo, logró superar esas circunstancias y volver a levantarse.
Durante ese difícil periodo, la música de Eric Clapton y un grupo británico llamado UB40 se convirtió en su fiel compañera. Cada canción que fluía en el aire resonaba con su estado emocional, esas voces entregadas en cuerpo y alma, ayudándola a procesar sus sentimientos y a seguir adelante. Ahora, cada vez que escucha esas melodías, Hanna es transportada de vuelta a ese periodo de su vida, apenas recordando el dolor, y sí la fuerza que encontró para superarlo, la energía y el aprendizaje que la experiencia le trajo.
Y así, la música continúa siendo el hilo conductor en el viaje de Hanna, un recordatorio constante de que, aunque la vida tenga sus más y sus menos, siempre hay una melodía para acompañarla.
Continuará…
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